"Por Ariel Torres"
Imagínese que pudiéramos mandar mensajes prácticamente instantáneos a casi cualquier lugar del planeta en cualquier momento y desde cualquier lugar. O compartir nuestras fotos, videos, textos y música con millones de seres humanos sin pagar un centavo. Sí, claro, sería como tener un canal de TV, una radio o un diario propios.
Más: imagine que tuviéramos la posibilidad de conversar con nuestros seres queridos sin que importara la distancia y con costos ínfimos o directamente nulos. Espere: supongamos además que pudiéramos verlos por medio de una cámara, como en las películas de ciencia ficción. Y que nos vieran a nosotros.
Dejemos volar la imaginación: imaginemos una enciclopedia universal, de acceso irrestricto, en todos los idiomas, que crece continuamente, a la que se accede por medio de una computadora y que tiene no sólo textos y fotos, sino también sonido y video. Bueno, ya que estamos, conjeturemos que también podemos editarla, corregirla, mejorarla.
Suponga que un día todos los libros, todas las películas y todos los discos alguna vez publicados, estuvieran o no todavía disponibles en las tiendas, pudieran consultarse por medio de esa hipotética computadora, comprar una copia o simplemente reproducir lo que quisiéramos cuando quisiéramos. Sin límites, sin fronteras, sin horarios.
Bueno, no sé, puesto a fantasear, me figuro llevar 100 o 200 discos en un aparato que cabe en el bolsillo. Ah, y que sirve además para hablar por teléfono. ¿Sería mucho? No importa, agrego algo: el aparato permitiría también acceder a esa enciclopedia, librería, disquería y videoclub global. Y sin cables. Mientras viajo en el subte.
Alguien me apunta acá que ese dispositivo podría también ser capaz de sacar fotos y filmar videos. ¡Ay, por favor! Eso ya es ridículo.
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