Por Ariel Torres
"Hace una semana me sentaba frente a un viernes relativamente pacífico que pensaba dedicar a actualizar información, experimentar con hardware y software y, en fin, hacer todas esas cosas que en los días de producción y cierre es mucho más difícil. Vamos rápido, es verdad, pero no todo funciona rápido. La reflexión y la inspiración, la comprensión global de los fenómenos y la perspectiva sobre la realidad no son fruto de la velocidad y la productividad afiebrada e insaciable que confunde cantidad con calidad. Por el contrario, son fruto de la lentitud y del ocio. Cierto es que los adictos al trabajo convertimos el ocio en producción, lo que conlleva una bonita contradicción. Pero bueno, nadie es perfecto."
Ese viernes traería cosas inesperadas, una de las grandes virtudes de este oficio: nunca hay dos días iguales. Así, me encontré con que Google nos había mandado nuevas invitaciones a los usuarios de Wave ( http://wave.google.com ) de la primera hora. Es decir, los cien mil que nos anotamos de entrada y que, al abrirse la versión preliminar del servicio el 6 de octubre, contábamos con ocho invitaciones para repartir. Ahora nos habían sumado otras treinta, mientras que a los de segunda generación, es decir los que recibieron las invitaciones de la primera, les llegaron ocho.
Así que tenía 30 invitaciones y mis pocos (pero fieles) amigos ya disponían de una, bien porque se las había enviado en octubre, bien porque se habían anotado para la primera tanda. Entonces, ¿a quiénes regalarles estas 30?
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